Alissa Hawkind.
A través del mar, del inmenso océano azul, hogar de pequeñas y grandes criaturas.
Criaturas mitológicas que se refugian en sus profundidades, huyendo de las garras de aquellos que, buscando reconocimiento, tratan de robar su hermosura, su libertad, sólo por unas cuantas monedas.
Hermoso océano azul, que con el sonido de sus aguas, lograba calmar al más incalmable. Sanador de heridas, curador de almas…
Océano que ese día, no era hermoso para ninguna de esas dos almas.
Se mostraba tormentoso, sus olas ya no demostraban tranquilidad, demostraban fiereza, su color no era azul, era negro, como la noche inmensa que se cernía en esa ciudad.
Océano, inmenso, y hermoso a la vez tormentoso, refugio de aquellos que escapaban de la tierra, para yacer en sus profundidades. Consuelo de aquellos afligidos que sólo buscaban paz.
Inmenso cielo que se reflejaba en las aguas claras de ese día. La luna, vanidosa luna, miraba su reflejo, se regodeaba de ser la más hermosa criatura de ese cielo.
Más no veía a las estrellas. Aquellos puntitos de luz que iluminaban todo a su alrededor y la hacían ver más hermosa de lo que ya era. Las estrellas amaban a la luna, esa ingrata luna que solo se daba cuenta de la belleza propia y no agradecía a la belleza de aquellas estrellas, que la rodeaban, contemplaban, alababan y exaltaban.
Aquella noche las estrellas, dándose cuenta de la ingratitud de esa hermosa luna, luna a la que amaban por sobre todas las cosas, le pidieron ayuda a sus amigas las nubes. Le pidieron que por favor, las ocultaran, para así darle una lección a tan vanidosa e ingrata Luna.
Las nubes accedieron gustosas al favor pedido por las estrellas, el viento las impulsó y taparon a las estrellas, dejando el cielo de color negro, solo tenuemente iluminado por la débil luz de la luna.
Ella, al ver su reflejo en las aguas, no se vió tan hermosa como siempre, miró a sus alrededores y notó que sus amigas las estrellas, aquellos puntitos de luz que la han acompañado por toda la eternidad, no estaban allí.
Asustada, preguntó a su amigo el viento, sus amigos los árboles, las olas del océano en el que vanidosamente contemplaba su reflejo, mas ninguno le daba respuesta.
Un débil susurro llegó a sus oídos, era su amigo el viento que le decía…
-Por qué tan triste, amiga Luna?-preguntó, susurrando seseantemente.
-Es sólo que…mis amigas estrellas…esos no tan hermosos puntos de luz que exaltaban aún más mi belleza, no están aquí…y no contemplo mi reflejo.
El viento suspiró, haciendo que las copas de los árboles se movieran agitadamente y se formaran algunas olas que distorsionaron el reflejo de aquel inmenso cielo.
-Eres tan vanidosa, amiga Luna.
Con estas últimas palabras, el viento se alejó de su lado. Dejándola más sola de lo que estaba. Varias noches pasaron, los humanos se preguntaban donde estaba la luna.
Ella estaba escondida, no quería salir, sabía que sin sus amigas las estrellas, no valdría la pena que la vieran.
Noches oscuras, sin ninguna luz que iluminara para contemplar la inmensidad del cielo.
El océano extrañaba a la Luna, aquella Luna de la que estaba secretamente enamorado. Todas esas veces que ella se reflejaba en él, la contemplaba, admiraba su belleza, admiraba esos puntos de luz que la acompañaban, y para qué negarlo, sentía envidia de esas estrellas, ya que ellas estaban al lado de la Luna y el no estaba al lado de ella.
El océano fue el consuelo de aquella desconsolada Luna, la acompañaba en esos momentos de amarga soledad.
Una oscura noche, de aquellas que se habían vuelto costumbre para las criaturas terrestres y marinas, el viento miró a la triste luna y compadeciéndose de ella, sopló, alejando a las nubes y dejando al descubierto a las estrellas, que inmediatamente iluminaron el cielo.
Mas no era el brillo acostumbrado, era solo un brillo tenue.
Las estrellas estaban tristes, sentían que la Luna, su Luna, no las valoraba ni las amaba como ellas la amaban a ella.
La luna sonrió, mirando a las estrellas, sus estrellas, preguntándoles.
-Donde habían estado? Las he extrañado.
Una vieja y sabia estrella, que a pesar de sus años, aún seguía brillando intensamente, respondió:
-Cada noche, desde el principio de los tiempos, te hemos acompañado en la inmensidad del firmamento. Tú cada noche te contemplabas en las aguas del océano, contemplando tu belleza, mas nunca nos contemplaste a nosotras. Siendo nosotras, las que te hacemos mas bella de lo que ya eres.
La luna reflexionó sobre esto, dándose cuenta de que esa sabia estrella tenía razón. Les sonrió inmensamente, y les dijo a sus amigas estrellas:
-He aprendido mi lección. Estaba tan enfrascada en mí, que no me daba cuenta que ustedes son las más hermosas. Perdonarían a esta luna y la acompañarían a iluminar la tierra y el océano por el resto de nuestras vidas?
Las estrellas se alegraron y aceptaron en voces altas.
El viento, las nubes y el océano sonrieron, y se alegraron de este hecho. La luna al fin había aprendido que por el hecho de ser pequeñas, no significa que no sean hermosas.
Esa noche el cielo se iluminó como nunca antes, las estrellas y la luna brillaron con todo su esplendor, siendo reflejadas por el hermoso océano, aquel que, gustoso, lo reflejaba, contemplando a la luna y a las estrellas.
Eternamente enamorado de aquella Luna…
Arrancadora de suspiros, inspiración de poetas y regalo de los amantes y enamorados.
Eternamente enamorado de las estrellas…
Hermosas estrellas que hacían hermoso al cielo, que magnificaban la belleza de la Luna…
Su hermosa Luna…
Aquella Luna que se reflejaría en él, en un apasionado beso, por el resto de la eternidad.
1 Response
  1. *.* que hermoso....me relaje mucho leyendo esto....ta muy lindo...*.*


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